En un huerto escolar se cosechan no solamente los frutos que da la tierra, sino también otros incluso más valiosos. Gracias a la cooperación desinteresada de muchas personas, el nuestro ha conseguido sobrevivir al verano y al coronavirus, dando unas maravillosas hortalizas tardías. La enorme motivación de los alumnos ha logrado una estupenda siembra de invierno con lechugas, repollos, coliflores y brócoli. Nos falta quizás un poco más de sol estos meses fríos, pero bueno, se trata de ir aprendiendo de los errores y de sacar nuevas ideas para mejorar. Un huerto requiere esfuerzo, organización y limpieza, pero es también un lugar donde el trabajo siempre da su recompensa (una bonita metáfora de la vida). Además, y no menos importante, nuestro huerto nos está enseñando a conocer y a respetar las pequeñas «cosas» que están vivas, porque cada una tiene su lugar en el equilibrio de la naturaleza, aunque algunas veces aún no lo sepamos.